viernes, 3 de septiembre de 2010

CARTA A VICTOR

Víctor, hace días que te escribo y no logro dar con las palabras que quisiera leyeras. Encuentro éstas que ni siquiera se asemejan con lo que desearía fueran. Sin embargo, las escribo con temor a que pienses que no te he dedicado el tiempo que te mereces. Quiero aclarártelo antes que nada. No es así. No he pasado minuto de mis días en tu ausencia sin pensar en el aroma a fresas que emana tu piel. Acá, en este lugar donde estoy, todo parece hacerme acordar a vos. A veces incluso me parece oír tu voz al final del pasillo, como si fuera que estás encerrado en aquella habitación del fondo y yo te llamo, claro, cuando no hay nadie en la casa para que no piensen que ando haciendo locuras. Y escucho tu voz nítida, con ese grave tan particular que me dice: No vengas todavía. Todavía no. Y yo espero detrás de la puerta con la ansiedad a flor de piel, con mi mejor vestuario, de colores oscuros y de telas finas, delicadas, comprado exclusivamente para la ocasión. Y lo estreno. Y en eso oigo un ruido de la llave en la cerradura. Sé que viene gente y me encierro en el baño a desvestirme para volver a mis harapos cotidianos. Y cuando salgo del baño escondo en una caja de zapatos mi vestuario pretencioso y lo atesoro hasta que se reanude aquel encuentro que espero sea pronto. Ya sé lo que estarás pensando de mí, cuando leas estas líneas, pero no me sorprende. Nunca me creíste capaz de lo que mi boca dice, pero te juro que sí, que escucho tu voz en tu ausencia y que en la soledad de mi cuarto estás más que presente. Sé también en que posición estás en este momento, mullido en tu cama de dos plazas, inmensamente vacía y extrañándome aunque no lo quieras admitir, porque pensás que eso te hace menos hombre. Tonto de tu parte. No te quita la hombría, por el contrario, te la envalentona, te hace más hombre de lo que sos y eso ya es decir. No te pongas colorado. Es la verdad. Y las verdades hay que asumirlas y no esconderlas, porque tarde o temprano salen a la luz. Eso los sabemos todos. Y vos lo sabes mejor que nadie. Ahora me río… seguramente vos también, con esa sonrisa tan precaria que solo se te ven el asomar de los dientes. Que rudo sos para sacarte una sonrisa entera, creo que nunca te vi las encías. Ahora me pregunto como serán.



Dios quiera estés bien y no estés pasando frío como yo, que ando tiritando. Es que el clima acá es muy fresco y no tengo la costumbre de estar sin tu cuerpo dándome calor al lado mío.


No te quiero entretener más, solo decirte que cuento los pasos que nos separan para poder verte lo más pronto posible. Apenas pueda, cuando vuelvan a dejarme solo, me pondré nuevamente ese vestuario del que te hablé y ahí me veras radiante.


Ahora mismo, que la Sra. está en el baño, aprovecho para correr hasta el otro cuarto y pasarte la carta por debajo de la puerta.


Me despido con un hasta pronto.


Te quiere.


M.