Esa noche León se hundió en un sueño: la nave salía a las nueve de la mañana y él estaba preparado desde las seis esperando ansioso la partida hacia Júpiter. Los demás tripulantes llegaron entre las ocho y las nueve listos para partir. El conductor fue el primero en entrar y anunciar que saldrían en apenas cinco minutos que les llevó a los siete tripulantes a bordo entrar a la nave que tenia forma ovalada, como de pelota de rugby. Tres eran patos, dos humanos (León y el conductor), había un perro y un gato. Todos tenían trajes de neoprene como si se fueran a zambullir en un océano de aguas heladas. Pasados los cinco minutos, el conductor, que se llamaba Berto, dio la orden para que se cierre la puerta y encendió los motores de la nave dando inicio a un largo viaje camino a Júpiter.
León y uno de los patos eran los únicos tripulantes nuevos, los demás ya habían incursionado en viajes de este tipo y ya habían visitado Júpiter en mas de una ocasión.
León estaba asustado porque no conocía a nadie y no tenia demasiada confianza pero tenia bien en claro que nunca se arrepentiría de hacer este viaje. Se agarró de la manopla del asiento, y se cruzó dos veces el cinturón de seguridad porque le quedaba grande. El gato lo miraba con recelo y desconfianza, como si no estuviera de acuerdo en que un niño de su edad pisara Júpiter antes de tiempo. El perro era con el que mejor se llevaba, se llamaba Arturo y había tenido que dejar a sus hijos para hacer este viaje pero no habían venido a despedirlo porque no le gustaban las despedidas. León se animó a confesarle que se había escapado de su casa y que su mamá no sabía que viajaría. Él le preguntó si estaba seguro y León no dudó en contestarle que si, le preguntó porque lo hacía y respondió orgulloso que lo hacía porque sentía la necesidad de hacerlo para independizarse definitivamente de su familia. Arturo pensó al revés: “yo si pudiera elegir, me quedaría para estar con mi familia y vos que podes quedarte decidís irte, que injusta que es la vida, ¿no?. “ Lo que Arturo no sabía es que León no tenía familia.
Los tres patos lo miraban con cara de asombro. Llevaban más de siete años realizando viajes por el mundo y ya no veían la hora de terminar con la odisea para reunirse finalmente con su familia y llenarlos de regalos con los que venían cargando desde hace tiempo. En constancia, no llevaban ningún aparato comunicador por lo cual comunicarse con sus familias era más que imposible. Ni siquiera sabían si estarían vivos a esta altura, ni tampoco con que panorama se encontrarían al volver a verlos. Todo era una incertidumbre.
Cuando estaban de regreso a la Tierra las turbinas de la nave empezó a fallar. Un ruido extraño comenzó a oírse cada vez más fuerte. León estaba mas que preocupado, no entendía porque pasaba esto si en el viaje de ida no había sucedido lo mismo. La nave en forma de pelota de rugby perdió el control y empezó a caer con una de las puntas hacia abajo. Venían a una velocidad vertiginosa. Cuando la nave estaba a punto de llegar al suelo y hacerse polvo, León despertó.