UNO
Agustín. 25 años. Discreto, busco amigos.
Nico apretó el 2 e inmediatamente pidió conferencia. Al escuchar su voz, lo primero que hizo fue imaginárselo: chico alto, de dientes blancos, sonrisa tenue y de un caminar que demostraba seguridad. Aun no podía llegar a divisar el color de sus ojos. Un amorronado, quizás tirando a verdoso: ojos largos, orientales, profundos. No se había hecho una mala impresión, tal vez era su propia inseguridad la que desafiaba su imaginario.
Decidido a hablarle, impostó la voz. Ahora sonaba distinto. Se agradaban mutuamente. El intercambio de palabras no fue muy largo. Nico prefirió no alargar demasiado la conversación y sin rodeos ofreció un punto de encuentro y el número telefónico de ambos. Era de noche y llovía torrencialmente. Desde el lugar donde estaban apenas lo separaban un par de cuadras. La avenida Belgrano había sido el punto elegido por ellos para verse a las doce en punto. Eran las once y cuarto cuando se dejaron al teléfono. Impartiendo puntualidad, lo primero en hacer Nico fue darse un baño de no menos de cinco minutos y cambiarse para la ocasión. Bajó los doce pisos de su edificio por las escaleras para hacer tiempo, al llegar a la primera esquina esperó a que pasen los autos, a que corte el semáforo y por fin cruzó la calle con la absoluta parsimonia con la que lo haría un viejo de 80 años. Caminó las cinco cuadras que le restaban del trayecto lentamente, como si estuviera dando un paseo de turista. A pocos metros del lugar citado, se toma un instante de apenas unos segundos, respira débilmente con sus precarios pulmones y reanuda la marcha. Unos pasos mas adelante, sabe que lo va a esperar. Llega diez minutos antes, a pesar de intentar llegar tarde pero no lo logra. Es puntual. Muy puntual. Aunque le gustaría no serlo, (no tendría que soportar las esperas que se hacen interminables). Él sabía de antemano que no llegaría a la hora pactada, que con certeza llegaría minutos mas tarde, sin embargo no perdía la esperanza de que alguna vez, la espera se volviera un consuelo, por eso buscaba con la mirada moviendo la cabeza de un lado a otro, esperando que por fin, apareciese.
Miró el reloj, faltaban apenas dos minutos para las doce. Volteó nuevamente la mirada hacia la esquina y no vio a nadie. El lugar del encuentro estaba habitado solo por él, la lluvia y un policía que lo empezaba a mirar con ganas de sospecha. Un ruido lo distrae y ve que han colisionado dos vehículos en plena Avenida. El policía se olvida de Nico y se encarga de hacer su trabajo. Llama por handy un móvil para que se haga presente en el lugar del choque, que por casualidad, es el lugar de encuentro de Nico y Agustín.
De lo único que se apoderó es del chicle que se ha llevado a la boca para ser de esos minutos tortuosos una espera amena. Por un fugaz instante Nico tuvo la sensación de que alguien le había fallado y esa misma sensación se mezcló con el aroma a menta en su boca.
Esperar, es todo lo que pudo hacer en ese momento. Aguardar con paciencia su llegada, controlando su ansiedad desmedida y alimentando su vista con la desgracia ajena.
Los conductores de los vehículos parecían haber salido ilesos. Hablaban entre ellos y el policía mediaba para que no pase a mayores. Eso es lo único que podía distinguir Nico desde donde estaba. Y así se enteró de todo: del accidente, de la ausencia de un cuerpo venido al encuentro y de la lluvia.
Pensó en irse como vino: con el paso lento y las lágrimas guardadas dentro suyo. Haría el mismo viaje de vuelta. Las cinco cuadras que lo separaban de su casa, atravesaría el Congreso y se iría con el sabor amargo se sentir que ha sido defraudado, por primera vez, por una persona que ni siquiera le conoce el rostro. Solo su voz.
Caminó una cuadra de regreso, pero algo lo detuvo. Fue instintivo. Se puso las manos en el bolsillo y sacó un pedazo de papel donde había anotado su teléfono. Lo miró con indecisión, pero no le costó. Marcó el número. El tono le daba la sensación de que volvería a escuchar esa voz de nuevo. Sin embargo el contestador le rompió la ilusión. Soy Nico, te estuve esperando, pero no viniste. Te dejo mi numero por si me queres volver a ver otro día: 15-64-97-27-69. Cortó. Cortó sin saber que cometía el peor error de su vida. Ilusionado, una vez mas, miró hacia a la esquina y lo único que vió además de la lluvia, fue al policía en medio de los autos, solo, como estaba él. Esperando. Como esperaba hace unos instantes que el tiempo pasara. Y que alguien, a quien no conocía, acudiera a su encuentro.
DOS
Cuando llegó a la puerta prefirió el ascensor a subir los doce pisos por escalera. Una vez arriba atravesó la puerta y se dirigió al baño. Se lavó las manos y no pudo evitar mirar de reojo su reflejo. El espejo le devolvía una imagen distorsionada. Hubiera preferido no mirarlo. No se sentía bien y su aspecto no era el mejor. Apagó las luces, se desvistió en la oscuridad y se metió en la cama procurando dormir. Cerró los ojos y pensó en él. No había manera de no sentirse angustiado. El sueño tardaba en llegarle. Nico sabía, que a su pesar, esa no iba a ser una noche feliz.
Un día, el siguiente, Nico abrió los ojos y comenzó su vida rutinaria. De mejor ánimo. A él le gustaban los días de semana. Sobre todos los lunes. Y ese día era lunes. Entonces perfiló hacia el baño, orinó de parado, se lavó los dientes, las manos, prendió la ducha, esperó a que salga el agua caliente y se entró a bañar.
TRES
Caminaba en dirección a él sin darse cuenta. Llevaba la cabeza gacha y en los oídos auriculares. Cuando se cruzaron el primero en hablar fue Nico. Lo llamó por su nombre. Agustín solo atinó a darle un beso que Nico sintió liviano, de esos que se dan cuando están apurados. No se ilusionó, pensó que todo quedaría en compartir una o dos cuadras de amigable conversación. No le pareció “lindo”, más bien “interesante”. Ojos achinados, como si hubiera sido engendrado por un oriental y una extranjera. Nariz grande (no tanto). Tez morena tirando a clara. Delgado por demás, tirando a anoréxico. Patón (a ojo acusaba un 43 de calzado). Usaba ropa blanca y zapatillas de calle. Tenía 25 (eso decía él al menos, porque Nico ya dudaba) pero tenía el cuerpo de un nene de 12.
Hasta acá, todo normal o eso pensaba Nico que luego de caminar dos cuadras y escucharlo hablar a una velocidad de rayo (porque sólo se escuchaba él) de una vida que él consideraba una delicia. Nico sintió como si fuera un necesidad espiritual, como si tuviera un guión armado del que se debía liberar pronto, como sacándoselo de encima. Cualquier pregunta inoportuna de Nico podría llegar a desencajar la “vida” de Agustín. Mejor dicho, el libreto que Agustín usaba a modo de presentación. Al cabo de caminar cinco cuadras, algo los sorprendió. Agustín estaba desencajado, porque algo se le había salido de la vaina. Un encuentro inesperado, quizás. Un tal Ricardo, “Ricky” como le decía él. Era su compañero de joda, (el de turno, sospechaba Nico), que por la sucesión de los acontecimientos no tardó entender que se conocían hacía un par de semanas y menos de un mes. Agustín trataba a cada instante de evadirlo sutilmente. Cuando se despidieron, el tal “Ricky” le dijo a Nico: “Cuídalo que vale oro” y Nico le sonrió creyendo que se iba con una piedra preciosa al lado suyo. Caminaron un par de cuadras mas y la invitación fue pertinente. ¿Querés tomar algo en casa? Dale, contestó Agustín y entraron, pidieron el ascensor, marcaron el 12 y subieron en silencio, como dos personas que recién se conocían.
CUATRO
Nico introdujo la llave y entraron. Lo primero que hizo Agus fue ir a conocer el balcón y la vista pareció enmudecerlo. Nico no lo podía creer. ¡Algo lo enmudecía!
Después vino lo lógico. Tomar lo prometido, escuchar algo de música y ver una película. Hicieron demasiadas cosas juntos para ser el primer día que se conocían. A Nico le había bastado con eso. Lo despidió y Agustín se fue como vino, pidió el ascensor y bajó. Cuando llegó abajo emprendió camino a su casa. Nico, asomado al balcón, vió como se iba mágicamente desintegrando como el agua en las manos. Allí iba, como parte del aire. Aire que respiraba.
CINCO
Los siguientes encuentros fueron mas pasionales o mejor dicho, mas sexuales. Agus venía, hablaban de algún tema en común, se besaban, se desnudaban y tenían sexo. Se había vuelto rutinario. Nada fuero de lo común. Pero un día la rutina se rompió. Ese día, a la noche, Agus vino pasada las dos de la mañana (venia de trabajar), se sentó en la cama de Nico, lo llamó y le dijo que estaba triste. Nico le preguntó ¿porqué? Y él respondió que veía muy cercana la posibilidad de irse a vivir de vuelta a lo de su mamá. No tenía nada de malo, pero Agustín lo veía como un retroceso. La respuesta de Nico fue inmediata (y ahí se sintió un boludo) “Si querés yo te banco los días que laburás” y él actuó caras, entre unas y otras terminó diciendo que sí. Pero la invitación terminó siendo una para nada sutil mudanza.
Nico ya no pudo hacer nada. Ahí entendió el refrán que dice “uno es esclavo de sus silencios y dueño de sus palabras”. El tiempo pasó y la convivencia se hacía cada vez más penosa para Nico.
Y entonces pasó todo: Caricias, sexo, mentiras, infidelidades, más mentiras, discusiones, desempleos, vacaciones, la familia, desconcierto, compras innecesarias, amor falso, necesidad verdadera, mas discusiones, mas mentiras, salidas a boliches, cenas, almuerzos, desilusiones, enfermedades, hospitales, estudios médicos, mas mentiras, confesiones, basureadas, tristezas, depresiones, mas mentiras, reacciones inoportunas, amistades incomprensibles, mas sexo, un darse cuenta, un cambio profundo, una distancia, un acercamiento, un darse cuenta dos, mas sexo, un estudio, y lo que para Nico era mas importante: tener ganas.
Una mañana despertó con una sensación extraña; Nico no sabía donde en realidad vivía Agustín porque no conocía su casa (si la dirección), para él todo el entorno de “Agustín” era invisible. Eran tantas las mentiras que ahora Nico sospechaba que todo era falso, hasta su familia. Y entonces, le pidió si por favor, lo podía acompañar a su casa, pero no a visitar a su familia, sino a ver, (aunque parezca una incoherencia) si en realidad existía. El respondió con un rotundo NO. Y Nico se sintió dolido. Aunque resultaba incoherente que Agustín creyera que Nico no conocía su casa si en verdad tenía su dirección. Y sin embargo nada cambió.
PRESENTE
Nico se levantó una mañana con la misma sensación de aquella vez y escribió un cuento. Y se vio en la realidad de que todavía no lo conoce. Que la sensación de desconfianza le gana. Y entonces pensó, ¿Por qué? Y enseguida le vino la respuesta: Y aún no conoce su casa. Esa es la realidad.